interferencia

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introducción a los aprendizajes imaginarios

Después de veinte años de dar clases, hay una cosa que he aprendido de manera contundente: no es fácil enseñar. Toma más que simplemente mostrar. Enseñar debe ser una provocación. Te muestro tan sólo para que descubras por ti mismo tanto más. Hay que dar claves, insinuar caminos o provocar miradas. Pero la mayor exigencia del aprendizaje reside en que debe ser transformada en una experiencia personal. El aprendizaje no se absorbe, se experimenta. La lección reside en probar el aprendizaje uno mismo. Supongo que es como alimentarse. Es posible que yo, como profesor, haya dado los ingredientes para cocinar, inclusive podría llegar hasta preparar en su totalidad la comida, pero el probar, masticar, tragar, digerir y hasta el desechar lo tiene que llevar a cabo cada estudiante por su cuenta. Y no siempre es un proceso automático que nuestro cuerpo lleva a cabo. Es necesario saber qué tanto hay que masticar ciertas cosas; es necesario ir reconociendo cuánto tiempo tarda cada uno en digerir cierto material y, quizá más importante, es necesario saber cómo cada uno transforma lo digerido. Puede sonar burdo, pero el acto de desechar conocimiento es ya en si un acto de producir conocimiento. Las vacas regurgitan el pasto. Nosotros, de cierta manera, procesamos conocimiento, lo rumiamos con nuestro cuerpo y con nuestra mente, y después lo devolvemos, sacándolo de nosotros mismos transformado en algo más. Hacemos del conocimiento que absorbemos una propuesta o una idea personal. De esa manera, esta intrínsecamente ligado el enseñar con el aprender. Aprendo en cuanto enseño y enseño en cuanto aprendo. Es un intercambio que ocurre, independientemente del público, entre uno mismo con uno mismo.

En mis clases, a parte de los ejercicios en serie que les pido ejecutar a mis alumnos basados en la manera en que artistas, cineastas, escritores, fotógrafos, y otros arquitectos han explorado el espacio, he decidido compartir con ellos, todos los días, un personaje de quien yo he aprendido algo de ellos.

El truco de hablar sobre estos personajes es que en ningún caso llegué a conocer a ninguna de ellos. Mi aprendizaje ha sido a distancia y por consecuencia ha sido un aprendizaje imaginario. Me he imaginado conversaciones con estos personajes. Me he imaginado instrucciones que ellos me han dado para aprender a ver a través de sus ojos o de dibujar a través de sus manos. No me cabe la menor duda de que en ocasiones he mal entendido sus lecciones imaginarias. Estoy seguro que si, los que están muertos, pudieran ver lo que he hecho basándome en su trabajo algunos se sentirían ofendidos. Otros no verían relación alguna. Algunos de ellos siguen vivos, pero no me atrevo a intentar contactarlos. Su influencia en mi, en mi trabajo, ya opera con contundencia a distancia. Conocerlos me parecería abrumante. Siento que la distancia me permite despreocuparme de su opinión. La distancia me da espacio para (mal)interpretar su trabajo. La distancia me permite hacer de su trabajo una semilla para mi trabajo. El resultado no les pertenece, por mucho que se haya basado en ellos. De ahí que he aprendido de ellos, en cuanto que he hecho de su conocimiento algo mas. He transformado su conocimiento en mis propias experiencias. Eso para mi es aprender. Y a mi parecer, he aprendido mucho de ellos.

Este blog se conforma por una serie de ensayos que intentan enunciar todo lo que he aprendido. Se lo dedico a todos estos personajes que me han inspirado a distancia y a todos los alumnos que han estado de manera cercana en mi clase. Espero, de la manera más humilde, que algo de lo que yo haya dicho o hecho en clase los haya inspirado lo suficiente para que lo tomen y lo hagan suyo, inclusive si a mis ojos les parece que hayan (mal)interpretarlo la lección.