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aprendiendo a jugar - aprendiendo de los Eames

Supongo que todos hemos escuchado del sueño Americano pero dudo muchos de nosotros haya llegado a verlo. Pero me imagino que ha habido unos cuantos, seguro muy pocos, ya que se requeriría de una imaginación desbordada y de una esperanza inquebrantable, que han vivido el sueño Americano como si fuera una realidad. Entre esos poco me imagino que uno debe incluir a Charles y Ray Eames. No me imagino que ni Hollywood ni Disneylandia tuvieran la capacidad de inventar a una pareja tan idónea como los Eames. Su optimismo casi ciego y su productividad incansable los hacen en mi mente el símbolo más tangible - ya que la encarnación misma es por definición imposible - del sueño Americano.

Pero seria un error pensar en ellos como una manifestación del sueño Americano aislado. Digamos que tuvo que existir todo una maquinaria para generar un holograma de lo que ellos mismos representaban para convertir su imagen en tan cercanamente real de lo que el sueño parece ser. Permítanme poner un par de eventos en contexto. Charles y Ray Eames comenzaron sus estudios e iniciaron sus profesiones en la década de los treinta. Para finales de los cuarenta, tenian detrás de ellos suficiente experiencia profesional para poder aprovechar la ola productiva que surgió en la post-guerra Americana. Una nación entera se veía envuelta en un aire de optimismo. La ilusión de que se había derrotado contundentemente al mal, dejando espacio para una nueva noción de lo que el bien podía ser se respiraba en la victoria facilitada por los Estadunidenses. Estados Unidos se imaginaba a si mismo como la mejor versión de si mismo, y para alcanzar esa versión imaginada se necesitaba de gente visionaria. Ahí entran los Eames. Charles, un adulto que parecía haber rescatado de su propia infancia el entusiasmo y la aproximación practica de un Boy Scout al confrontar cualquier problema se veía mezclado con la sensibilidad material de una mujer que parecía haber ejercido cada uno de los oficios artesanales imaginables. Juntos generaban una dicotomía envidiable; Él proyectando con la funcionalidad de un ingeniero mientras ella aproximaba la materia con la seguridad de un artesano experimentado. Pero eso no era lo único que los hacia únicos. Ellos parecían ver a lo que al resto de la gente le pasaba desapercibido y encontrar fascinante lo que a muchos les parecería ordinario. Nuevamente permítanme poner las cosas en contexto. De las tantas imágenes que les pueden venir a la mente de la pareja de diseñadores, que seguro no son pocas ya que pocos personajes han pasado a la historia tan arduamente documentados por los medios o por ellos mismos como los Eames, me gustaría que recordaran la imagen en donde Charles y Ray Eames se encuentran acostados con los brazos extendidos y las piernas entre abiertas sobre una superficie blanca. Lo interesante de la imagen es que la fotografía ha sido tomada desde arriba de ellos, haciéndolos parecer suspendidos sobre la superficie de una pared. Han aprovechado la imagen para promover uno de los tantos productos de diseño industrial que diseñaron y produjeron - en este caso bases de metal que servirían como soporte para las sillas DCM. De cierta manera, la ligereza de las bases metálicas dan la impresión de estar rodeando sus cuerpos más que encasillándolos. Pero no sea mi propia imaginación idealista que me hace pensar en otra lectura de esa misma imagen. A mi parecer, la pareja parece estar en la clásica posición que uno toma cuando se encuentra acostado sobre la nieve y mueve sus brazos y piernas para no solo dejar el trazo del cuerpo en la suave superficie sino para tener, por un instante, la ilusión de que nuestro movimiento esta tomando vuelo. Mi lectura les puede sonar exagerada. Ellos no se están moviendo. Pero !fíjense en la muñeca izquierda de Charles! Ella ya inicia ligeramente a inclinarse hacia abajo, dando la más mínima indicación de querer iniciar a bajar y subir los brazos. !Noten la forma extendida de la falda obscura de Ray! Ya ocupa el espacio que las piernas ocuparan una vez abiertas a su máxima extensión. Y aun así, si mi lectura de la imagen llegara a parecer viable, se preguntaran ¿qué implicaciones tiene con la ilusión del sueño Americano? Mi teoría, si es que se le puede llamar así a una lectura libre de una de las tantas imágenes de la pareja multifacética, es que en ella se capta la capacidad de ver lo imperceptible y de disfrutar de lo cotidiano que anteriormente mencionaba era una de las características que los hace una pareja extraordinaria. Para los Eames, en esta foto, y diría yo en toda su carrera profesional, no parece haber necesidad de contar con nieve para jugar a volar sobre la nieve. Lo único que se necesita es realmente creértela. Ellos mismos lo decían: “hay que jugar con toda seriedad”. Eso es: hay que jugar como si no fuera tan sólo un juego ó lo que sería lo mismo pero dicho de manera opuesta: aproximar absolutamente todo con la soltura con el que se juega.

Cuando viajo, tengo una obsesión por buscar casas en donde mi imagino me gustaría vivir si viviera en el lugar que estoy visitando. Supongo que es una manera de intentar sentirme en casa mientras viajo, y suelo preguntarme: ¿cómo sería mi vida si viviera ahí? ¿Cuales serían mis actividades, mis hábitos y mis rituales si viviera en esa o en esa otra casa? Es extraño como voy escogiendo estas casas. No es un estilo en particular lo que me llama la atención. Tan sólo un detalle puede invocar mi imaginación. Un camino empedrado que parece desaparecer entre plantas podría hacer el truco. Un muro de hiedra con una puerta diminuta es suficiente para imaginarme que atrás de ella hay un jardín encantado. A veces es tan sólo un fragmento visto desde una ventana que me atrae. Un muro repleto de libros con un sillón cómodo y una luz cálida me parece un lugar en el que podría pasar horas. Un piano en una esquina de un cuarto podría se el inicio de mi casa de mis sueños. La mayoría de las casas que voy escogiendo como lugares en donde me gustaría vivir resultan ser casas anónimas, casas que me topo de manera accidental mientras voy explorando un sitio. De vez en cuando, la casa que más me llama la atención resulta ser una casa conocida, no por mi particularmente, sino una casa que me resulta familiar porque resulta ser una casa famosa. Parecería obvio que una casa famosa resulte ser una de esas casas en las que me gustaría vivir, pero en mi experiencia las casas-museos me resultan un poco fantasmagóricas. En ellas se intenta congelar el tiempo y el espacio para que uno pueda “ver” cómo fue que tal personaje que habitó ahí vivía. El resultado es, usualmente, una casa que parece montada. Las cosas están como estaban cuando la casa se habitaba, pero la palpitación que solamente el habitar puede proporcionar está ausente. Al visitar una casa famosa, uno ya trae consigo una noción de cómo es la casa, uno llega a ella con una pre-concepción provocada por las múltiples fotos que uno ya ha visto publicadas de dicha casa. Con ello, a mi parecer, toma una casa muy especial para que, a pesar de todas las imágenes que uno carga consigo al visitarla, la casa no deje de ser una sorpresa. Si la casa de los Eames no toma el primer lugar de las casas que mas me han sorprendido - esa distinción la obtuvo la Casa Schindler en Santa Monica, Los Angeles - sin duda la casa de los Eames situada en Pacific Palisades, Los Angeles sí se me ha hecho la casa-museo que más intima me pareció. Eso no es fácil considerando que cuando uno visita la casa uno esta limitado a caminar tan sólo en el jardín. Uno solo puede asomarse por las múltiples ventanas transparentes que hacen de la casa de los Eames una casa que parece extremadamente espaciosa. Uno sospecharía que asomarse a través de un cristal al interior de la casa, que resulta estar saturada de los objetos que tanto le gustaba a la pareja de diseñadores ir coleccionando, pudiera generar un sentido de intimidad. Pero tienen que considerar que cada espacio esta lleno de objetos únicos, donde cada objeto parece contener una historia de un viaje que la pareja hizo, de un mercado que ellos visitaron o incluso de un artesano que quizá los Eames no solo llegaron a conocer sino que quizá hasta llegaron a asesorarlo o vice-versa. La selección de objetos resulta una mezcla exótica. Un tapete persa convive con una mascara Africana que a su vez se encuentra al lado de un juguete artesanal de algún mercado de Latino America. Una lampara de Noguchi puede estar suspendida arriba del ya icónico Chaise Lounge de los mismos Eames al mismo tiempo que una mesa de madera de un artesano anónimo sostiene una cerámica de alguna dinastía Japonesa. Pero el encanto más cautivo de la casa me resulta su relación con el paisaje. La persona que me recibió durante mi visita me informa que el mismo jardinero que cuidó el jardín mientras la pareja vivía ahí sigue trabajando para la fundación y se sigue encargando de mantenerlo. Al caminar entre los pequeños patios que dividen los volúmenes funcionalistas uno percibe que tan sólo ayer pudieron estar Charles y Ray Eames sentados en la silla de plástico que ellos mismos diseñaron y que ahora tiene un par de hojas secas que uno duda en quitar antes de sentarse ahí. Las macetas de barro contienen esa textura de moho que solo se puede adquirir con el paso del tiempo. Las plantas tienen una vitalidad que solamente se puede obtener una vez que se sienten cómodas en el lugar. Nada parece haber sido montado, simplemente todo parece seguir cuidándose con el mismo cariño que me imagino los Eames lo hacían. Así, la casa de los Eames se vuelve el lugar en el que más me gustaría vivir. Por supuesto que lo digo de manera literal. No me molestaría vivir ahí mismo. Pero también lo digo en un sentido metafórico. Me encantaría vivir en lugar donde cada objeto cuenta una historia, en donde objetos de diseñadores reconocidos se mezclan con objetos de artesanos anónimos; Me encantaría vivir en una casa espaciosa, en donde el jardín se aprecia desde cualquier punto de la casa. Me gustaría vivir en una casa en donde la huella de mi habitar ha quedado marcada; Me gustaría vivir en una casa en la que la gente que la visita sienta que un sentido de intimidad habita la casa.