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aprendiendo a conformar el vacío - aprendiendo de Eduardo Chillida

Me lo imagino de manos pesadas, llenas de arrugas y hasta con más de un par de callos. Así me imagino a Eduardo Chillida, como a un hombre cuya esencia son sus manos, manos de escultor. Su conocimiento no debió residir en su mente si no en sus manos. Él debió tener manos sabias, manos que sabían acercarse y manipular la materia. No debe sorprendernos que de lo que más disfrutaba dibujar Eduardo Chillida eran manos, particularmente sus manos; Manos en tensión, dedos retorciéndose en si mismo. Todos ellos en trazo burdo pero seguro. Las manos de Chillida no buscaban extenderse; al contrario, buscaban su propio espacio. De ahí su exploración de variaciones de puños. Es que a Chillida no le parecía interesar la forma. A Chillida le interesaba el espacio. Y de él, parecía preferir el espacio interior. El escultor mostraba preferencia por el espacio oculto que se conforma cuando el espacio se envuelve en si mismo.

Me da la impresión que no debió de tener nunca claro que era lo que inicialmente buscaba en sus esculturas y que mas bien navegaba por ellas como explorador con cincel en mano. Quizá hasta con ojos cerrados. Sus manos eran su órgano para ver la materia. Y su gesto principal para conformar la materia era el quitar, quitar materia para re-velar espacio. Pero la develación no era completa. A Chillida le atraía el misterio y se aseguraba de no dejar al espacio desnudo. Él velaba el espacio ya que el espacio del misterio es el espacio velado; Espacio que se insinúa y que en dicha insinuación palpita un deseo por ser descubierto. Las esculturas de Chillida, por consecuencia, tienen algo de laberíntico. Se llega a ver tan sólo lo que no llegamos a ver, una espacialidad insinuada que ha sido oculatada. Y ahí surge el deseo por descubrir el espacio, ese espacio que nos es negado acceder pero que se nos ha provocado imaginar. Pasajes, recovecos, cuevas y nichos son las topologías espaciales que le gusta conformar en sus esculturas. Todas ellas topologías del espacio oculto, ese que reside en el misterio y por lo tanto provoca nuestra imaginación.

Regresando a sus manos. Tan sólo hay que ver un par de sus dibujos conformados por la superposición de papel sobre papel para ver que lo que le interesa a Chillida es el intento por capturar el vacío con la materia. Intercambiando entre blanco y negro, sus formas siempre tienen algo de manos con dedos encogidos. Sus formas parecen intentar agarrar aire. El gancho, en diversas geometrías, es la forma que más aparece en sus esculturas. No debe ser sorpresa entonces que su escultura más reconocida sea el peine del viento. Son dedos que se extienden de las rocas para intentar capturar al mar. Saben que su labor es inútil. Nunca capturaran la materia del mar. Con suerte poética, tan sólo llegaran a acariciarla. La brisa nos deja saber que el mar no ha sido atrapado. Así mismo, el oxido de los dedos escultóricos nos deja saber que se ha llevado a cabo el contacto. La materia ha sido transformada. Y nosotros, turistas de lo poético, hemos sido testigos de la caricia. Roca y agua, viento y metal. Chillida esculpe hasta con lo que no se permite conformar. De ahí que Chillida se haya vuelto un experto del vacío.

De Chillida he aprendido que el tacto de la mano es la herramienta propia de la mano para percibir y manipular la materia. He aprendido que hasta al trabajar en dos dimensiones – en el dibujo del espacio - no podemos dejar de pensar en cómo operan las tres dimensiones. De ahí que él dibuje el espacio con limites de papel más que con trazos de lápiz. De Chillida he aprendido que se debe intentar darle forma al aire, que habitamos aire y que la arquitectura es tan sólo un envolvente que intenta contener aire habitable. Así, la arquitectura se aproxima como materia intangible, como espacio poético, pero no por ello menos presente. Simplemente requiere ver con más órganos que con nuestros ojos. Requiere navegar el espacio con todos nuestros sentidos.