interferencia

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aprendiendo a esperar - aprendiendo de Walter de Maria

El trabajo de Walter de Maria construye expectativas. Él simplemente establece los dispositivos que la provocan. Y eso es lo que uno tiene que hacer con las expectativas. Uno no puede determinarlas, uno no puede planearlas y mucho menos puede uno controlarlas. Las expectativas tan sólo se pueden provocar. Eso es, si entendemos por provocar no el forzar una situación sino el atraer un efecto.

La primera pieza con la que me tope de este artista, y no se puede referir a ella de otra manera más que de topársela, fue en un museo. Por poco y paso sin percibirla. La pieza se llama Art by Telephone y consiste simplemente de un teléfono en el suelo con un letrero en frente que dice:

If this telephone rings, you may answer it. Walter de Maria is on the line and would like to talk to you”.

Me quedé atónito cuando leí el texto. ¿Cómo que existía la posibilidad de hablar con el artista? Y ¿Cómo de qué él quería hablar conmigo sin conocerme? Inmediatamente me imagine una posible conversación entre nosotros a partir de las siguientes preguntas: ¿Qué le compartiría de mí? ¿Qué le preguntaría de él? ¿Su ubicación? ¿Sus inspiraciones? O ¿platicaríamos cotidianamente del clima, aun sin saber desde dónde me llamaba? Me quedé parado, congelado. Deseé con todo mi ser que el teléfono sonará. El guardia del museo se debió de dar cuenta de mis expectativas. Sutilmente se acerco y me dijo que el artista estaba muerto. Me comento que la pieza había sido originalmente expuesta en una exposición en 1969, año en el que el artista sí llamaba al teléfono de vez en cuando. El guardia me compartió que el exponer la pieza una vez fallecido el artista era un dilema para todo curador. La realidad de que el artista pudiera llamar y platicar con uno ya no era posible. Y aun así yo estaba parado ahí con toda la ilusión de que podría sonar el teléfono en cualquier momento. No podía evitar quitarme la ilusión que justo en el momento que yo me encontraba parado en frente del teléfono sería el momento en el que sonaría. Y estaba dispuesto a esperar un tiempo ilimitado para que ese momento ocurriera. Fue en ese instante que tuve una epifanía: Ahí estaba la magia de la pieza de Walter de Maria. Él logró hacerme sentir la expectativa, el deseo de que me ocurriera a mí en ese momento lo que quedaba como una promesa vaga. El teléfono podría sonar en cualquier instante. Podrían pasar días sin sonar. Podría nunca más sonar ese teléfono. Pero uno no podía dejar de pensar en la posibilidad de que podría ocurrir; No solo eso, a uno le parece que no solo es posible que ocurra, sino que es viable que te ocurra, a ti, que justo estabas parado en frente del teléfono en ese preciso instante, como un gesto del destino. Te sentirías especial, privilegiado, casi escogido. Todo eso a partir de un teléfono y de la posibilidad de que suene. Se me hizo genial. Tenía que hablar con el artista, hacerle saber qué tan genial me parecía la dinámica a la que me acababa de involucrar sin siquiera conocerme.

Su genialidad se catapultó durante un viaje de carretera que tomé al graduarme por el desierto del sur de los Estados Unidos. Mi itinerario consistía en ir de Austin, Texas a San Diego, California. Me iría deteniendo en diferentes puntos de atracción, que para mí consistían principalmente de destinos artísticos. El primero era la Fundación Chinati en Marfa para ver la enorme colección de arte que Donald Judd acumuló dentro y entre enormes bodegones. Luego pasaría por Nuevo México a ver Lightning Field de Walter de Maria, haciendo otra parada en los desiertos de arena blanca para terminar mis paradas artísticas en Roden Crater de James Turrell (destino al cual no pude acceder por no revisar antes del viaje que todavía no se encontraba abierto al publico). En fin, regresando al viaje del carretera, que y con todos sus enormes distancias, cambios de itinerario y problemas mecánicos fue todo menos decepcionante, lo que mas me impresiono fue la pieza de Walter de Maria. Se tienen que imaginar un campo abierto. En él, una retícula de una milla por un kilometro se establece a partir de la colocación de un poste metálico cada sesenta y cinco metros aproximadamente. Esa imagen en sí es bastante enigmática: una retícula que parece infinita de postes metálicos marcando el territorio. Pero nada comparada con el efecto que esa retícula de postes genera. La intervención al paisaje de Walter de Maria se ubica en una zona conocida por sus tormentas. Ahí que los postes se vuelven atractores de rayos. Y por consecuencia, que la pieza, si así se le puede llamar al campo de rayos que Walter de Maria ha distribuido en el paisaje, se vuelva un espectáculo teatral. ¡Y vaya pieza de teatro! ¡Vaya teatralidad la que estamos a punto de ser testigos! El cielo se convierte en todo un espectáculo. Los rayos comienzan a bailar. Cada trueno es un espectáculo único, irrepetible. Estamos siendo testigos de un fenómeno cotidiano en la zona. Pero Walter de Maria le ha hecho espacio, lo ha puesto en escena; Lo ha provocado, una vez más entendiendo el termino como un acto de seducción. El cielo responde a la provocación con su propio acto de seducción: el intercambio se vuelve un espectáculo sublime.

Lo que he aprendido de Walter de Maria es que gran parte de la magia que surge durante una experiencia inolvidable ocurre en la mente. Lo que he aprendido de Walter de Maria es que uno no siempre tiene que diseñar la experiencia completa, que en ocasiones, la experiencia la debe completar y complementar el otro. Lo que he aprendido de Walter de Maria es que en ocasiones uno solamente tiene que enmarcar un fenómeno cotidiano para tener una experiencia extra-ordinaria.