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aprendiendo a desvanecerme en el espacio - aprendiendo de Giacometti

La gente suele pensar primero en las esculturas de Giacometti cuando piensan en la producción del artista Belga. Sus esculturas son sin duda impactantes y desconcertantes. Delgadas figuras humanas, con una piel en proceso de derretirse, dando la impresión de sostener un ultimo gramo de corporalidad. Hay que recordar que el artista vivió su mayor producción entre guerras mundiales. Haber sido testigo de tanta atrocidad debe sin duda cambiar la mirada sobre la humanidad. Giacometti debió reconocer que estábamos perdiendo nuestra humanidad. De ahí sus figuras terriblemente esbeltas, ligeramente inclinadas hacia delante como tratando de escapar su propia condición. Una fotografía tomaba por el famoso fotógrafo Cartier Bresson captura al escultor en movimiento, sosteniendo una de sus esculturas mientras otras dos, de mayor escala y enfocadas, parecen enmarcarlo. Bajo el lente talentoso de Bresson, se nos presenta al escultor bajo el mismo tratamiento que sus esculturas, inclinado y fuera de enfoque. La fotografía se vuelve un retrato de un artista que retrata a un artista retratando la perdida de la condición humana. El resultado es un sutil espectro, una imagen, bella sin duda, pero que también nos regresa la mirada y que nos hace conscientes de lo cercano que vivimos a lo aterrador. Y que atrevernos a mirarnos a nosotros mismos en esa condición se vuelve urgente. Quizá necesitábamos la horrífica visión de Giacometti para despertar del horror.

Pero para mí, el trabajo de Giacometti que mas me hipnotiza no son sus esculturas sino sus dibujos de retrato. Dibujos conformados por excesos de líneas; Trazos que difuminan la silueta humana. En ocasiones, esos trazos se ven rellenados de pintura. Pintura-nube que parece flotar entre líneas. Y en ocasiones, esa misma densidad de pintura parece escaparse del cuerpo, como si la sustancia interior – el alma – se fugara del cuerpo. En ellos, bajo la misma técnica, Giacometti genera implicaciones espaciales. Dichas implicaciones son mínimas pero profundas. Tan sólo insinuaciones de profundidad, una referencia de escala. Lo interesante, para mí, es la manera en que la técnica de Giacometti parece mezclar el espacio del cuerpo con la corporalidad del espacio. Giacometti, en la repetición obsesiva de líneas y en las difusas nubles flotantes penetra los bordes y hace de los limites separaciones porosas. Una vez más, el efecto es el de una corporalidad difusa, generando fugas corporales. Sus modelos se sientan aparentemente en una silla en medio de un espacio. El inicia trazando las líneas básicas para conformar la silueta del cuerpo. Pero el dibujo no termina ahí. Otras siluetas van extendiendo al cuerpo. El cuerpo pronto se ve conformado por una suma de cuerpos. Todos ellos inconclusos, líneas no necesariamente llegan a tocar a otras. En ocasiones solo se desfasan una a otra. De ahí, líneas se empiezan a extender. Líneas del cuerpo comienzan a conformar una referencia espacial del cuarto que ocupa. El trazo de una cadera se extiende a un muro. El gris que le da consistencia al muro de fondo penetra al cuerpo y rellena sus pulmones. Esto se lleva al extremo en un retrato en donde las implicaciones de un rostro y de un torso, en trazos breves en blanco tan sólo parecen estar por encima de una nube de distintos grises que ocupa el lienzo completo. Por resultado, Giacometti parece transmitir la noción de que una persona se va conformando por su contorno. Ellos comienzan en el lugar que ocupan.

Así mismo, Giacometti explora condiciones atmosféricas. El espacio parece estar saturado de aire. Pero no un aire común, sino un aire personalizado, un aire con personalidad y la personalidad viene de la persona que lo ocupa. En los retratos de Giacometti, el carácter de la persona se ve entrelazado con la personalidad del espacio.

Con ello, lo que he aprendido de Giacometti es que el espacio que habitamos también nos conforma. Somos también el espacio que habitamos. Él nos afecta tanto como nosotros lo alteramos. Así es que más vale poner atención a nuestro habitar. Es importante proyectar sobre él nuestra personalidad, inculcar en él nuestros hábitos.  Lo que he aprendido de Giacometti es que no hay que ver nuestro espacio como nuestro contenedor, sino como nuestra extensión corporal. Quizá se podría decir que nuestro humor es nuestra atmósfera interna; Y que tanto nuestro humor altera la energía que se percibe en el espacio tanto como la atmósfera del espacio nos afecta nuestro humor.  Cuerpo y espacio pasando por un proceso de vinculación, de intercambio de substancias. No sólo nos movemos en el espacio, nos mezclamos en el espacio, inclusive, nos llegamos a perder en el espacio.