interferencia

View Original

una puerta

Una puerta es una apertura velada.

Una puerta es una invitación, críptica quizá, pero siempre insinuando una posible bienvenida.

Una puerta es un dispositivo de transición, espacial pero también atmosférica.

Una puerta es un umbral. Una vez que la atraviesas, pasas a otro espacio.

Una puerta provoca curiosidad. Uno no puede dejar de imaginar que existe detrás de ella.

Una mirilla es el ojo de la puerta. Un ojo disparejo, transformador, manipulador, e impreciso.

Una manija es la mano de la puerta, invita al contacto.

Las campanas sobre las puertas son ductos de comunicación. Nos anuncian a la distancia.

Una puerta se abre y se cierra. Dar acceso es su esencia.

A la puerta se le toca.

Una puerta es una seductora, busca nuestro contacto.

Una bisagra es la articulación de una puerta, lo que la permite moverse, por lo tanto, lo que la permite cumplir con su función: abrirse.

El peso de una puerta, cuando la empujamos para hacernos paso, afecta nuestro sentido de expectativa al nuevo espacio al que estamos accediendo.

Una puerta pesada nos ofrece resistencia, nos exige empujarla con el peso de nuestro cuerpo, forzando que la reconozcamos, por ende, como un objeto con su propia corporalidad.

Una puerta ligera, al contrario, resulta un poco caprichosa. Su presencia es mas excusa que funcionalidad. Cede pronto, a nuestro mínimo esfuerzo, con un poco de pena. Quizá su ligereza es una señal de timidez, y se sale del camino con facilidad para evitar ser demasiado un estorbo.

Una puerta ruidosa no rechina para quejarse, sino para anunciar su propia presencia. No le gusta pasar desapercibida y gritara para llamar la atención.

Una puerta sólida es contundente, enigmática y misteriosa.

Una puerta esbelta es individual; Una puerta ancha es colectiva. La proporción de una puerta se obtiene, toma sentido, en relación al cuerpo humano parado en frente de ella. Su proporción es comparativa, siempre, con el cuerpo y no con el edificio.

Una puerta pequeña dentro de una puerta más grande ofrece intimidad. La puerta pequeña es para uno, la grande será para otros.

Una puerta en una esquina es funcional, sutil; una puerta en el centro de un espacio es protagonista, ceremonial.

Una puerta de cristal es más ventana que puerta. Su función de separar dos espacios tangibles se ve, o más bien, se ve desaparecer en su misma presencia. Su condición de barrera entre espacios se ve cuestionada por su transparencia.

Las puertas abatibles invaden el espacio con su apertura. Las puertas corredizas se deslizan antes de invadir el espacio. Son penosas, se guardan al abrirse.

Las puertas dobles son generosas. Hacen espacio cuando se necesita y lo hacen en un gesto de solidaridad simétrica.

Las puertas esbeltas y altas adquieren una referencia humana, una verticalidad que espejea al ser humano.

Las puertas chaparras son exigentes. Nos provocan a agacharnos y por lo tanto las atravesamos con una pizca de humildad.

Las puertas de madera que se han torcido con el tiempo y las temporadas se rehusan a entrar con facilidad a su marco me parecen temperamentales, pero aprecio que tengan carácter y que no les parezca necesario mostrarlo todo el tiempo.

Las puertas de tambor de madera deberían ser pensadas como instrumentos musicales. Su interior hueco debería ser aprovechado para hacer resonar nuestro toque, así golpearlas se volvería innecesario.

Las puertas de acero oxidado son para castillos o para puertas de servicio. Son simultáneamente imperiales y corrientes, duraderas y carrozas, contundentes y en deterioro, solidas pero manchadas.

Me imagino una puerta de latón que va registrando cada tacto, cada huella digital que hoza tocarla. Sus manchas serían evidencia de nuestra intimidad con ellas.

Las puertas de madera me parecen humildes pero llenas de dignidad. Traen puesto el esfuerzo del carpintero. Supongo que también contienen la postura filosófica del propio carpintero sobre su misma materialidad. Algunas puertas son reforzadas con estructuras esqueléticas con la intención que sea su recubrimiento el que da la cara, como una piel sensible que permite ser tocada con delicadeza. Pero también hay puertas macizas, ensambladas con tal astucia que no se distingue entre el esqueleto y la piel, la madera resulta ser el cuerpo entero.

Hay ocasiones que una puerta ha sido astutamente ubicada en una esquina con doble apertura para nunca dejar de ser útil.  Dichas puertas pueden moverse o girar de un hueco a otro para siempre permitir un paso pero al mismo tiempo permanecer, en el hueco opuesto, cerrada. Puertas duales, abiertas y cerradas al mismo tiempo simplemente por ocupar una esquina conformada por dos huecos.

Hay algo considerado en las puertas abatibles que no invaden el espacio al que se abren, fenómeno que ocurre cuando su propio marco es de la misma profundidad que el ancho de la puerta. Así, la especialidad de transición, su abatimiento, se contienen en su mismo marco y por lo tanto la misma puerta se guarda en si misma.

Una puerta abierta genera un pasillo invisible pero contundente. Es al pasar la puerta, en toda su apertura, en toda su extensión, que nos introducimos al otro espacio. La puerta es umbral. Su abatimiento construye un espacio intermedio, un espacio de transición entre de donde venimos a donde vamos.

Hay puertas con pequeñas ventanas integradas a su superficie. Dichas puertas me parecen cautelosas y funcionales. No abren todo su cuerpo si no es necesario. Abren tan solo su ventana si el intercambio entre la persona adentro y la persona de afuera no requieren más que el contacto visual y auditivo.

Las puertas con una ventana circular a la altura de los ojos me hacen sentir que estoy en un tipo de nave asomándome al resto del universo.

Me gustan las jabladeras que abarcan la altura completa de la puerta. Me parece un gusto democrático.

Las puertas con cerrojo al piso para mantenerse en un lugar fijo me hacen pensar en adultos mayores que requieren de apoyo. Supongo que las puertas también necesitan de bastones y quizá hasta de muletas.

Las puertas que corren sobre ruedas o sobre rieles me parecen atléticas. Hacen que su movimiento se vea ridículamente fácil.

Las puertas de cristal, si colindan con cristales fijos, me parecen engañosas. Prefiero enmarcarlas con marcos de maderas espesos para hacer notar su transparencia.

Me parece gentil cuando una puerta al exterior cuenta con un techo de protección encima de ella. Son como los caballeros, bien vestidos, que saben portar un sombrero.

Me parece precavido tener dos puertas en fila en la entrada de una casa. La primera puerta debe ser permeable, para que el cartero, por ejemplo, pueda pasar un paquete a través de las aperturas de la puerta sin tener que necesariamente abrir la puerta. La segunda puerta, al contrario, debería ser totalmente sólida. Abrir la segunda puerta es ya el gesto de invitar a la gente a casa.

Me parece generoso colocar una banca justo al lado de una puerta de acceso. Uno puede colocar sus pertenencias sobre la banca mientras abre la puerta o esperar sentado en la banca en lo que alguien más abre.

Las puertas que abren de piso a techo son interrupciones a un muro. Las puertas que no llegan hasta el techo, particularmente si su perfil se redondea, como puertas con corona de arco, parecen recortes más que interrupciones al muro.

Hay puertas que no se conforman con abrirse. Algunas dejan huella de su movimiento dibujando en el piso, a través de la fricción, su arco de movimiento. Seguro dichas puertas no quieren que las olviden, particularmente, no quieren que las olvidemos cuando no están siendo usadas.

Hay puertas practicas y precavidas. Protegen su base con materiales de mayor resistencia, como el metal, generando un basamento de resistencia, un tipo de armadura parcial contra los ataques del medio ambiente, principalmente el temido enemigo que es la salpicadura de agua si eres una puerta de madera.

Hay puertas conscientes de su forma. Ellas usan un cinturón metálico en su borde, lo que nosotros llamamos su canto, para mantener la figura.

Hay puertas discretas, que se camoflajean de muro y uno solo llega a notarlas si pone atención a las breves lineas que interrumpen la superficie del aparentemente muro continuo.

Hay puertas tan grandiosas, como las que uno encuentra en accesos de palacios, mansiones y edificios públicos que han decidido cambiar su nombre a portón. Extrañamente, puertas industriales, como esas laminas amplias de metal que dan acceso a un garage o a una fabrica también han tomado el nombre de portón. Supongo que reconocen en sus dimensiones también un sentido de dignidad.

Una vez me topé con una puerta aparentemente perdida en medio del paisaje. Me encontraba yo caminado por un paisaje desértico de Texas buscando el famoso centro de arte minimalista que Donald Judd había montado en el pueblo fantasmal de Marfa. Noté un marco de madera dentro de otro marco de madera. El primer marco estaba fijo, como una portería, mientras que el segundo marco, que debiera ocupar el vacío del primer marco, estaba girado desde su centro a noventa grados en relación al primer marco que lo contenía, permaneciendo abierta una mitad hacia el interior de la nada y la otra mitad hacia el exterior de la nada. No cambiaba nada entre interior y exterior. No había barda que limitara el paisaje. No había cambio de material en el territorio. La puerta simplemente se ubicaba literalmente en medio de la nada. Pude haber caminado al lado de ella sin esfuerzo alguno. Pero eso implicaba ignorar su sorpresiva y contundente presencia. La puerta existía de manera simbólica y eso la hacia tanto más presente. Así es que la atravesé, pasé entre su marco. Nunca antes había sentido tan claro la función de una puerta: servir como dispositivo para el ritual de atravesar el espacio.