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APRENDIZAJES IMAGINARIOS - textos sobre la gente que ha tenido indirectamente una influencia en mi manera de aproximarme a la creatividad

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Aprendiendo a dibujar un croissant - aprendiendo de Enric Miralles

March 1, 2025

La primera vez que oí sobre Enric Miralles fue por parte de uno de mis maestros de dibujo favoritos en la universidad. En ese momento estábamos trabajando en cortes arquitectónicos y nos había pedido que lleváramos un pimiento morrón a clase. Nos hizo cortarlo cada centímetro. Nos pidió que dibujáramos cada una de las secciones del pimiento de la manera mas precisa posible. No teníamos noción ni de por dónde empezar. Mi maestro, como de costumbre, se sentó en su silla, con lápiz en mano, a observarnos. No creo que estuviera ansioso por ver los resultados. Más bien, parecía estar mas interesado en cómo atacaríamos el problema. Se había sentado para vernos reaccionar. Lo que más debió de notar fue el pánico en la mayoría de nosotros. Estas no eran curvas que uno podía sacar de un compas. Aun así, yo saque mi compas y dibuje un circulo sobre un pedazo de cartón. Después, con una regla ajustable, dibuje una línea desde el centro del circulo hacia su perímetro cada cinco grados. Esta sería mi herramienta. Encima del cartón, coloque con un alfiler uno de los pedazos de pimiento. Con un alfiler, atravesé el punto que yo consideraba su centro y lo coloque encima del centro de mi circulo. La intención era ir dibujando a cada cinco grados la distancia precisa que existía entre el centro del pimiento y su borde. Mi profesor me sonrió. Ahora tenía 72 puntos de referencia. Parecía como un buen inicio. Pero aun así, no sabia cómo seguir adelante; no me imaginaba como sacar la curvatura exacta entre punto y punto de referencia. Podría quizá hacer el mismo ejercicio pero en los otros 288 grados del circulo. Pero tan sólo pensar en cuanto tiempo me tomaría eso agoto el tiempo de clase. Con otra sonrisa, nuestro profesor nos aclaro que el dibujo se entregaría a principios de la clase siguiente. Casi como por accidente, mencionó, como alguien que susurra un consejo de supervivencia a una persona querida, que revisáramos los dibujos de Enric Miralles, particularmente uno que planteaba la problemática de dibujar un croissant.

La tarea me sonaba absurda ¿A qué arquitecto se le ocurre que hay una lección indispensable para la arquitectura en el dibujar un croissant? En parte por curiosidad y en parte por emergencia, fui a buscar el dibujo recomendado. Dicho y hecho, Miralles se había puesto la tarea de dibujar un croissant con absoluta precisión. El croissant que había escogido era un croissant bastante cucho. Ni siquiera contaba con una hermosa simetría. Uno de sus cuernos era mucho más corto que el otro. Y aun así, al lado de la fotografía del pan, estaba una silueta idéntica en tinta. Otro dibujo, mostraba la geometría más básica, a partir de una triangulación que ocupaba el cuerpo general del pan. De ahí, varias líneas perpendiculares a una de las líneas de cada triangulo se trazaba hasta tocar los bordes de la silueta del pan. Cada línea se acompañaba por lo que ahora reconozco la tipografía clásica de Miralles. Y con cada letra, se generaba un corte de la zona indicada del croissant. Todo el ejercicio parecía una locura. Una vez más me pregunte: ¿A qué tipo de arquitecto le interesa dibujar un croissant con toda precisión?

La pregunta la fui a buscar en una monografía del arquitecto. Encontré un croquis, que en si se volvió mi primer encuentro, también, con lo que se volvería una de mis publicaciones arquitectónicas favoritas. En fin, comencé hojeando la revista. En ella, otros dibujos de Miralles captaron mi interés. Cada uno de ellos, parecía tan complejo como el dibujo del croissant. Pero, para mi sorpresa, estos dibujos no eran de panes irregularmente horneados. Ahora se trataba de dibujos arquitectónicos, por lo que quiero decir que en si eran dibujos de edificios, de arquitectura, la arquitectura particular de Miralles. Y sus geometrías no parecían diferir mucho de las del croissant. Cada trazo surgía de curvaturas complejas. Todos ellos me parecían tan complejos como los jeroglíficos. No entendía ni qué querían decir ni de dónde habían surgido. Los dibujos de Miralles me parecían un idioma más que extranjero, me parecían un idioma extraño. A mi parecer, los dibujos contenían demasiada información. Reconocía algunas líneas con textura como muros. Suponía que algunos trazos punteados eran proyecciones de techumbres. Pero aun así se me hacia raro que los muros y las techumbre no respetaran una sola trayectoria. Cada uno parecía haber sido dibujado bajo su propia lógica, bajo su propia geometría. Y aun así se percibía un sentido rotundo de composición. Ningún trazo parecía resultar de un sentido del azar. La metáfora más cercana que me venia a la mente era como una danza contemporánea donde varios bailarines bailan en un mismo escenario, cada uno con su propio ritmo. Y sin embargo, conscientes del ritmo y de los movimientos de los otros. En ocasiones parecían tocarse solo para volver en instantes a tomar su propio camino. Así mismo, lo que parecía el eje estructural de columnas se curveaba de manera que en una zona se acercaba y hasta tocaba en puntos la proyección de techumbres. De igual manera, curvaturas de muros se interrumpían y se desfasaban para generar accesos.

Acudí a revisar las fotografías arquitectónicas para intentar entender mejor los dibujos. Las fotografías, fragmentadas en si, eran tan complejas como los dibujos. Conformadas por múltiples fotografías conectadas en puntos específicos, la fotografía final era en si un ensamblaje complejo. Superficies parecían resultar inclinadas, fragmentadas. Pero entre más las estudiaba, más iba comprendiendo que la complejidad no residía solo del ensamblaje, que ahora reconozco como fotografías articuladas a partir del trabajo de David Hockney, sino que en si, la arquitectura de Miralles era una arquitectura articulada. Se conformaba de múltiples partes, cada una con su propia lógica. Columnas nunca seguían la proyección del borde del piso, y mucho menos el de la proyección de la techumbre. El resultado eran edificios que no parecían tener un limite claro. Sus estructuras parecían querer extenderse.

Tres años después, en un viaje a Europa en compañía de otros alumnos de arquitectura, fuimos en búsqueda del Cementerio Igualada, uno de los proyectos de Enric Miralles que mas me llamaba la atención. No teníamos una dirección exacta pero sí una ubicación general. Sabíamos que el cementerio se ubicaba en la parte alta de una colina. Comenzamos a subir lentamente. Preguntábamos de vez en cuando sí íbamos en dirección correcta. La gente local nos confirmaba extendiendo el brazo hacía arriba. Así que seguimos subiendo. Casi media hora después, aunque se sentía como dos horas después, estábamos agotados y frustrados. Parecía que estábamos a punto de llegar a la cima y aun así no lográbamos ni ver la mínima insinuación del cementerio. Comenzamos a discutir si no existía la posibilidad de que estuviéramos en la colina equivocada. Comenzamos a discutir si no deberíamos de dar la vuelta y tirar la toalla. Y justo antes de tomar una decisión, comenzamos a bajar ligeramente. No habíamos dado vuelta en la misma dirección que subimos. La bajada parecía un accidente topográfico. De pronto uno de nosotros notó el muro bajo de concreto que nos había ido acompañando por una docena de metros y que parecía tomar más altura. Vimos unos tramos de metal que reconocimos como el portón simbólico al cementerio. ¡Saltamos de emoción! Inicialmente, por sentir que habíamos logrado nuestra meta. Pero también porque, de manera sorpresiva, nos encontrábamos sumergidos ya en el cementerio sin ni siquiera habernos dado cuenta de cuándo habíamos entrado a él. Ahí residía su fuerza. El proyecto no era un edificio sobre la colina, sino una topografía re-configurada. Los muros de concreto que contienen los nichos para las cenizas eran muros de contención, contenían a la misma colina. Continuamos nuestro descenso, cada vez con la sensación de estar insertados en medio del paisaje, en medio de la colina misma. Nuestro horizonte lo generaba el edificio mismo, pero era todo menos edificio. Eran muros inclinados, llenos de textura. Se sentían muros que pertenecían al paisaje, que configuraban al paisaje mismo.

De la misma manera que los dibujos de Miralles parecían difuminar un claro limite, los edificios de Miralles se extienden. Re-conforman el paisaje al re-dibujar contornos. En ocasiones es una textura en el piso que parece escaparse de su contenedor; en ocasiones son techumbres que se estiran y tuercen el horizonte; en ocasiones es tan sólo un barandal que re-dibuja el perfil entre tierra y cielo.

De Enric Miralles he aprendido que dibujar es ya construir. He aprendido que dibujar es reconfigurar los bordes de lo dibujado. He aprendido que el espacio no se delimita, sino se estira. He aprendido que los muros no tienen que ser el borde de un edificio. De Enric Miralles he recordado que la curva puede ser sensual, que el paisaje contiene condiciones espaciales que un edificio envidiaría. De Enric Miralles he aprendido que proyectar, en ocasiones, tan sólo requiere re-dibujar líneas topográficas.

Tags dibujar, aprendizajesimaginarios, arbolgenealogico, miralles
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Aprendiendo a dibujar - aprendiendo de William Kentridge

May 13, 2024

En general suelo ir a una librería con mi propósito muy claro, voy en búsqueda de un libro en específico y no suelo desviarme de mi meta. Pero en ocasiones, especialmente cuando estoy viajando, me doy el tiempo y me permito ir hojeando libros que me van llamando la atención. La atracción se produce por diferentes factores. A veces es el título el que se me hace sugerente. Usualmente, es la portada o el formato del libro la que me llama la atención. En ese sentido, se podría decir que me dejo llevar por la materialidad del libro. Un papel de algodón grueso o una tipografía elegante es suficiente para provocar el deseo de leer un libro. Y es a partir de estos factores que descubrí el trabajo de William Kentridge. Me encontraba en la tienda del LACMA, que ya de por si suele ser un buen filtro para encontrar libros de excelente calidad. Pero entre la enorme cantidad de libros exquisitos de arte, uno me llamó principalmente la atención. Su cubierta era de tela. Su titulo era Six Drawing Lessons. Por supuesto que el titulo me atrapó. Aquí estaba yo, profesor de dibujo, cuya postura principal es que no se puede enseñar a dibujar, atraído por un libro que asumía tener no sólo una lección para dibujar sino seis. Lo compré si tan sólo para reiterar mi postura de que no se puede enseñar a dibujar y así descartar las lecciones que el libro suponía proponer. No tomó más de los tres días, incluyendo el vuelo de regreso de mi viaje para agotar la lectura del libro. Pero para mi sorpresa, el libro no me decepcionó. Tampoco cambio mi postura. Si algo sucedió a partir de su lectura fue más bien que mi postura había quedado reiterada contundentemente. Y es que William Kentridge propone que el dibujar es un acto performativo. Dibujar requiere que uno tome acción. Dibujar es un verbo y se hace primordialmente con el cuerpo.

Una vista a su estudio, a partir de una fotografía impresa en blanco y negro, me reiteraba que Kentridge era un hombre al que debía poner atención. No solo los muros de su estudio estaban tapizados de dibujos, sino que todos ellos parecían estar en una etapa que solo podría ser descrita como efervescente. También se llegaban a notar una serie de cámaras paradas en medio del espacio. Kentridge se percibía detrás de una de ellas, enfocándola hacia uno de sus propios dibujos. Aquí estaba un hombre que no solo le interesaba el dibujo, sino el acto de dibujar. En ingles la conexión es más rotunda: drawing es una palabra que se refiere tanto al dibujo como al acto de dibujar. Lo cual me hace pensar que no se debe hablar del dibujo sin hacer referencia al acto que lo concibió; un dibujo es consecuencia del dibujar. Y por ello Kentridge se graba dibujando. Lo que le interesa a Kentridge es observarse dibujando. Es como si para él, observarse dibujar hiciera visible la lógica de pensamiento que acompaña al dibujo. Él admite que su brazo se llena de energía instantes antes de dibujar, como si el brazo anticipara el esfuerzo necesario para tomar decisiones, para ponerse en acción.

Al ver los trazos de sus dibujos, usualmente generados con carboncillo negro, se nota el movimiento corporal. Sus trazos llevan con ellos el movimiento del cuerpo. Sus dibujos, por consecuencia, se ven cargados de energía, energía generada por el mismo acto de dibujar. Y supongo que por consecuencia, lo que Kentridge tiende a dibujar son elementos en movimiento. Aves vuelan, gatos se estiran, gente es capturada en un gesto.

Así mismo, para Kentridge, el acto de borrar es tan importante como el acto de trazar. Ambos dejan marca. En el borrar, las huellas en el dibujo se vuelven evidencia del proceso de dibujar. Kentridge no se detiene ahí, también genera dibujos cuya estructura misma, a partir del collage, se basa en el movimiento de piezas. Las siluetas son imprecisas. Pero el artista parece desear dicha imprecisión. Parece no buscar claridad, sino provocar insinuaciones. Pedazos, que cuando sueltos son irreconocibles, se van ensamblando con gran ingenio bajo la mano de Kentridge. De pronto las siluetas sueltas llegan a conformar un caballo. En camino al ensamblaje, vemos al caballo moverse.

Con ello, no es sorpresa que a Kentridge también le atraiga la proyección misma de sus dibujos. Sus dibujos al final de cuentas cargan una cualidad de sombra. Él mismo se visualiza como un proyector. Y por consecuencia se aproxima al dibujar como el acto de proyectar; Se lanza un trazo, una idea y ella misma se persigue con otra idea, con otro trazo. Sus dibujos son ensamblajes; Partes van encontrando su lugar en relación a otras partes. Pero nunca se asume una disposición ideal. Los ensamblajes parecen estar en constante movimiento. Es como si su lugar adecuado fuera estar en movimiento. Y de ahí que a Kentridge también le atraigan las sombras. Las sombras nunca son fijas. Las sombras son proyecciones temblorosas. Y como en toda proyección, la posición de uno afecta la percepción de lo proyectado. Lo cual me parece que implica que, inclusive en la apreciación de un dibujo, uno debe hacerlo de manera activa. Uno debe tomar posición en relación a él. El dibujo no es una representación fija, sino un instante, que a pesar de ser captado, busca continuar. Un dibujo surge de una proyección, sale como una proposición. Un dibujo es un proyectil.

De William Kentridge he aprendido que el dibujar es un verbo y que el dibujo se vuelve evidencia de la acción misma. Un dibujo es energía proyectada al papel.

Tags aprendizajesimaginarios, arbolgenealogico, dibujar
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