Toda familia debería tener un miembro como el señor Hulot. Personaje inventado y personificado por el cineasta francés Jaques Tati, el señor Hulot es una persona periférica. Su contacto con la familia se mantiene a un mínimo. Los adultos lo toleran porque no es ni grosero ni intenso. Es fácil mantenerse a distancia de él. Con los niños es otra cosa. Él no es infantil pero no deja de sorprenderse. Es un hombre de pocas palabras pero encuentra que con los niños es más fácil comunicarse con gestos que con palabras. Su altura, que debe rebasar los dos metros, le permite observar el mundo de los niños desde una perspectiva particular. Tiende a inclinarse hacía ellos, dejando sus piernas rectas, que es hasta donde los niños le suelen llegar, e inclina su torso unos treinta grados hacía ellos. Ese gesto en sí, les debe parecer que están inter-actuando, no con un adulto, que tan solo los debe de mirar desde su privilegiada altura con cierto desdén, sino que en este caso se trata de una persona particular, medio extraña, que llega a ocupar sus espacios sin invadirlos. La curiosidad del señor Hulot es similar a la de un etnógrafo, que por supuesto siente atracción por la cultura infantil pero esta consciente que es una cultura ajena. Pero el respeto y la admiración son notables.
El señor Hulot tiene una casa, que parece desordenada pero que para él funciona a la perfección. Sus escaleras son laberínticas, las ventanas no siempre están a la altura de la vista, y las plantas parecen haber invadido los espacios más espaciosos, pero no por ello él los encuentra menos habitables. Cuando sale de vacaciones, va equipado con todas las herramientas y todos los dispositivos necesarios para no batallar en su tiempo de descanso. La cajuela de su camioneta se extiende para generar una mesa de picnic. Su maleta contiene una maleta a su interior que contiene todos los utensilios necesarios para un picnic. Inclusive su sombrero parece coordinar con el mantel del picnic. Uno pensaría que con tantas herramientas y dispositivos a su alrededor la aventura se le escapa. Pero el señor Hulot sabe relacionarse con su contorno. Un hongo casi imperceptible en el bosque, una mariposa volando por encima de unas plantas o un pez saltando esporádicamente del río es más que suficiente para captar su atención y moverse de manera curiosa alrededor de dichas manifestaciones. Es el mundo moderno el que pone en conflicto al señor Hulot. Él es un personaje de otra época, un auténtico romántico. Inclina su cabeza en reverencia al ver un animal pasar. Se quita su sombrero en frente de una mujer. Guarda silencio con niños para escucharlos hablar.
En la comedia corporal es necesario un gag - un truco por parte del comediante cuyo propósito es exclusivamente provocar la risa en los espectadores. Hay payasos quienes exageran sus gestos y sus movimientos para la llamar la atención y provocar la risa. El señor Hulot es más sutil que eso. Él simplemente se mueve, a su propio paso, mostrando una curiosidad hacía las cosas que suelen pasar desapercibidas sin preocuparse de nada mas. Su actitud se vuelve contagiosa. Al ver las películas de Jaques Tati, uno comienza a observar lo que él nota. Por un instante, nos sentimos tan particulares, tan especiales, y tan extraños como él. Nos identificamos con él. Eso es lo que lo hace un personaje tan entrañable: su vulnerable humanidad. No son tanto risas, ni mucho menos carcajadas lo que el señor Hulot nos provoca; él simplemente nos hace sonreír en cuanto reconocemos, con él, que una ventana de un camión pasando es tan fascinante como una escena de cine. Solo el parece pararse a apreciar ese instante mágico. El resto del mundo lo percibe tan solo como un hombre distraído que no esta observando nada particular. Sin embargo, el señor Hulot, en su naturalidad pura, nos hace notar que el mundo a nuestro alrededor es de una extrañeza particular. Notarlo, nos hace tan particularmente extraños como a él. Si tan sólo hubiéramos más distraídos como él.