He sentido, siempre, una atracción intuitiva hacia la brevedad. De chico me gustaban los lápices cortos y las gomas chicas. Ahora me gusta la música minimalista, el té blanco y estilografos .001. Dibujo en formato minúsculo y construyo lo que los americanos llaman tiny. Así es que no debe ser sorpresa mi fascinación por la poesía Haiku. Un formato extremadamente breve: tres lineas con cinco, siete y cinco sílabas. Aun así, un buen Haiku logra capturar un instante en el tiempo y en el espacio.
Nunca me atreví a escribir un Haiku hasta que leí la poesía de Taneda Santoka. Monje nómada del budismo Zen que paso su vida caminando por el bosque escribiendo Haikus y bebiendo Sake. También, un personaje marginal. Quizá por ello, él fue uno de los primeros poetas modernos de Japón que re-invento las reglas del Haiku. Más bien, optó por ignorarlas. Para él, el haiku era un texto tan espontáneo como el instante mismo que intentaba atrapar. Por consecuencia, sus poemas comienzan a explorar temas que en la alta cultura del poema Haiku tradicional seria insultante. Pero ahi esta la atracción que yo sentí por sus poemas breves. Sus haikus son cotidianos. Algunos, inclusive, hasta banales.
Mi cuenco
de mendigar
acepta hojas caídas
Sus poemas no son de la sutil elegancia de Bashō, quien capturaba escenas sublimes:
Mis ojos brillan
de tanto contemplarte,
flor de cerezo.
Los Haikus de Santoka son burdos. Santoka no entinta la realidad con frases cuidadas. El lenguaje de Santoka es crudo. No veía razón por suavizarlo. Su vida misma era cruda. Así, vamos descubriendo a través de sus poemas sobre su soledad, su pobreza, su dependencia al alcohol.
No hay otro camino.
Ando solo.
Con Santoka le perdí el respeto venerable que le tenia yo al arte del Haiku. Sentí que Santoka me daba permiso de escribir haikus sobre mi vida cotidiana.
Me atrevo
a escribir haikus
cotidianos
Hay algo en su entrega absoluta a su arte que me hace admirarlo. Hay algo en sus caminatas solitarias que me hace sentir solidaridad con él. Hay algo en el hecho que nunca pidió ayuda pero supo tomarla cuando se la daban que me suena a sabiduría para introvertidos. Hay algo en su búsqueda espiritual a través de su entrega al arte que me hace sentirme cómodo en mi propio retiro.
Me acompaño
con un té, un libro y
música ambiental
