En mi casa anterior tenía tres libreros repletos de libros. Me daba el lujo de separar mis libros por librero. Había un libro de novelas, poesía, diarios y correspondencias. Había otro libro de filosofía, teoría del arte, la música, el cine y la arquitectura, y urbanismo. El tercer librero contenía monografías de arquitectura y arte. En el cuarto básico solo cabría un librero, el más chico de ellos. Así es que al ir empacando mis libros fui seleccionando que libros me parecían indispensables para llevarme conmigo a este nuevo y limitado espacio, que libros guardaría en bodega y que libros ya estaba dispuesto a dejar ir y donar a algún espacio cultural. Cuatro cajas se fueron a Espacio Odisea, un espacio cultural muy lindo en el centro de Valle de Bravo. Dieciocho cajas se fueron a bodega. Según yo, seis de ellas estaban marcadas de alguna manera como esenciales. Esas serian las que me llevaría al cuarto básico, pero el día de la mudanza, seis meses después de haberlas metido a bodega, intenté buscar las cajas marcadas pero no veía ninguna marca fuera de mi letra demarcando que la caja contenía LIBROS. En cierta desesperación a mi propio sistema de cataloga mis pertenencias, acabé llevándome seis cajas al azar. Mi único filtro de selección era que las cajas no fueran de las muy pesadas ya que ellas contenían libros de arte y arquitectura, que por su formato y tamaño, no cabrían en el librero del cuarto básico. Fue una agradable sorpresa ir descubriendo que libros contenían estas seis cajas seleccionadas al azar. Algunos de ellos me parecían que debieron salir de una de las cajas enigmáticamente catalogadas como esenciales. Eran libros que sin duda alguna volvería a leer con mucho gusto. Otros, sin duda no hubieran estado en mi lista de “libros por volver a leer en el futuro próximo pero algo me daba una enorme emoción que estuvieran terminando en este pequeño espacio. Sentía que era el destino, que estos libros habían terminado por alguna razón importante en mi librero durante esta etapa de mi vida y que contenían alguna idea, algunas palabras que yo necesitaría leer durante esta etapa de mi vida viviendo en un espacio mínimo.
No llevo más de un mes viviendo en el cuarto básico y ya puedo decir que mi lectura ha triplicado. Ultimamente estaba leyendo un libro al mes y ya llevo tres libros leídos en mi nuevo espacio en el primer mes. Claro que al no tener ya cuenta de Netflix, no contar con internet y no tener una televisión ha ayudado a incrementar el habito de la lectura pero me parece que eso no es todo. Me parece que hay algo en el cuarto básico, en sus dimensiones mínimas, en contar con tan solo lo indispensable para la vida cotidiana, que el espacio se presta a la auto reflexión, al pasar el tiempo con uno mismo. No hay distracciones en el espacio, hay tan solo lo esencial. Y me parece que al leer es una de esas actividades primordiales para estar con uno mismo. (Solo se me ocurre la meditación como una actividad más enfocada a estar con uno mismo pero esa será otra entrada en el blog). Al estar en un espacio mínimo, con uno mismo, sentado en un sillón cómodo, con una cobija sobre las piernas, tomando té, uno se permite dejar volar la imaginación y conectar, a través de las palabras, con un autor lejano. Leer, me parece, es una actividad que tiene el poder de posicionarte simultáneamente en el “aqui” y en el “ahora” al mismo tiempo que transportarte a un “allá” y un “entonces”. Así, por muy pequeño que sea el espacio, o quizá por ello, me veo últimamente rodeado de libros.