La restricción del espacio lo exige: tendría que editar, con absoluta precisión, ¿cuáles de mis pertenencias consideraría absolutamente esenciales para que se fueran a vivir conmigo en mi espacio de treinta y seis metros cuadrados? Según yo, al empacar mis cosas cuando me salía de la casa que anteriormente rentaba había hecho un filtro en donde dieciocho cajas de unas cuarenta aproximadamente tenían la marca de “esencial” en su exterior. Estas serían las cajas que me llevaría a mi cuarto básico. Había una caja de utensilios indispensables para la cocina (tablas de corte, cuchillos, ensaladera, tetera, tupperwares y contenedores de vidrio para productos en granel). Había una caja de dos de cada pieza de mi vajilla favorita (dos platos, dos tazones, dos vasos, dos tazas, dos sartenes y dos ollas). Había cuatro cajas de libros (esos que me gustaría volver a leer pronto). Había una maleta con la ropa que más suelo usar. Había una caja de ganchos de madera. Había una caja de blancos (dos juegos de toallas, dos juegos de sabanas, dos juegos de cubiertas para edredón y dos juegos de fundas para almohada). Había una caja de accesorios para baño (cremas, rastrillos, jabón, shampoo, bendas, banditas, alcohol, Q-tips…). Todos los cuadros que tengo los seleccioné como esenciales - me costaba trabajo pensar que alguno de ellos sobreviviría la humedad de la bodega en donde tenía pensado guardar todo lo no esencial. Había una caja enorme y pesada con mi equipo de sonido, bastante aparatoso para un espacio tan pequeño pero nuevamente no me imaginaba sacrificando tanta tecnología guardada en una bodega cuando en vez podría hacer temblar los muros de mi. cuarto básico. Había otra caja grande pero ligera con mi edredón, dos cojines, una almohada y un tapete de lana. Había una caja de mis objetos favoritos (un alebrije de chango, un chango de barro, unos muñecos japoneses de madera, una escultura de un artista Colombiano, una caja artesanal, una tetera japonesa, una vela de cobre y un florero de cerámica). Había una caja con mis raquetas de tenis, pelotas de tenis, mi tapete de yoga y mi cojín para meditar. Había una caja con dos pares de zapatos, tres pares de tenis y unas chanclas. Había una caja pequeña de herramientas (martillo, un taladro electrico, desarmadores, pinzas, cinta de aislar, cinta para empacar, clavos, pijas, paquetes - lo básico para no sentirme inútil tratando de arreglar el mínimo detalle en el cuarto). Finalmente, había una caja de objetos misceláneos pero indispensables (tijeras, linterna, una extensión, un no breaker, un tablero de backgammon, un par de velas). Catorce cajas en total. Si casi podían caber en mi Jeep si ponía al pobre de Newton en el piso del asiento del pasajero seguro que cabría todo en mi cuarto básico.
Comencé por desempacar todas las cajas y poner todo sobre la mesa central, la única del cuarto. Mi intención era visualizarlo todo como un paisaje de mis pertenencias esenciales antes de encontrarle su lugar a cada cosa. El paisaje no era una vista linda, era un paisaje saturado. Todavía habían demasiadas cosas ahí. ¡Entré en pánico! No había manera que en un espacio tan pequeño yo pudiera convivir con tantas cosas. Necesitaba volver a filtrar y redefinir lo que era esencial para habitar ese espacio. ¿Necesitaba tres diferentes sets de vasos, unos para vino, otros para agua y otros para mi smoothie matutino? ¿Necesitaba más de 12 camisas considerando que si me pongo una a la semana ya es mucho? ¿Necesitaba tres diferentes teteras para preparar mi té? La respuesta sencilla es no, no las necesitaba. Si aplicaba el método de Marie Kondo para determinar la importancia de cada objeto cada uno de ellos me generaba “alegría”. Decidí entonces ir colocando primero los objetos más importantes, y dejar que el mismo limitante del espacio me diera a entender que ya no cabían más. Todo lo que ya no cupiera se pondría en cajas otra vez y se regresaría a la bodega. Logré regresar dos cajas con ropa, utensilios y objetos. Todavía hay una lampara de piso que me queda claro que no queda bien en ningún lugar, ya no cabe, pero me rehuso a llevarla a la bodega. Hay una charola para llevar el desayuno a la cama que no puse de vuelta en las cajas con la ilusión que un día sea útil. No le he puesto flores al florero de cerámica estas tres semanas de habitar el cuarto básico. Supongo que aprender a desprenderse de las cosas es todo un proceso. Espero, quizá, que después de un par de semanas o meses habitando el espacio me de cuenta de lo que realmente es esencial y con lo que puedo llegar a desprenderme, por lo menos temporalmente. Nadie dijo, particularmente a un coleccionista aficionado, que vivir de manera minimalista era fácil, mucho menos en un espacio menor.